Hay un punto en tu vida, en el que te das cuenta: quién importa, quién nunca importó, quién no importa más, y quién siempre importará. De modo que no te preocupes por la gente de tu pasado , hay una razón por la que no estarán en tu futuro.


domingo, 25 de noviembre de 2012

Crooner latino

El hijo pequeño de Julio Iglesias nunca será nuestro crooner latino como lo ha sido su padre, pero debería ser elevado a la categoría de totem fálico de la fertilidad y comercializado en todas las grandes superficies como tal.

Sin ambages. Sin rodeos. Enrique Iglesias tiene claro lo que quiere en cada uno de sus videoclips. Y como tiene dinero lo hace. Que hay que rodar en un lupanar. Se rueda. Y a quien no le guste que no mire.
'Euphoria', título del último disco de Don Enrique -sí, merece tratamiento señorial- resume a la perfección el estado en el que se debía quedar el menda después de rodar algunos de los cortos semi-eróticos con los que nos ha obsequiado en el último año.

Pensábamos que oir cómo gritaban su nombre al empezar las canciones nos ponía. Pero es que no habíamos visto su último videoclip. El título ya es toda una declaración de intenciones: 'Tonight (I'm Fucking You)'. Di que sí, para qué disimular Enrique. Al turrón.

Evidentemente los vigilantes del mainstream anglosajón se han encargado de modificar el título y de pedirle que grabara otra versión más light sustituyendo 'fucking' por 'loving'. Como todo el mundo sabe son lo mismo. O una cosa lleva a la otra, en todo caso.

El videoclip puede provocar infartos en el Ministerio de Igualdad.

Enrique pasea con cara de intenso por una discoteca. Una chica muy mona -a ver si nos creemos que Enrique Miguel es tonto- se fija en él. Se acercan y sin decir palabra se van al baño. Pausa en la canción para los gemidos de ella: queda claro que es un latin lover.
Aparece Ludacris. Curioso que un negro sea lo que más glamour tiene en todo el videoclip. Rapea -porque en Estados Unidos si eres de color es obligatorio rapear en algún tema de pop chorra actual- acompañado por unas muchachas con las que nuestras madres no quisieran vernos, pero nuestros padres sí.

Cambio de escenario. Enrique sigue intenso, pero ahora en una mansión. Se repite la historia sin que tenga que poner esa sonrisa picarona que sólo él sabe poner cada vez que le toca grabar un videoclip: una rubia se levanta de la mesa de juego evidentemente inquieta por la presencia de Enrique y se lo lleva a un rincón.

Llega el nudo gordiano del vídeo (y van cuatro minutos): La morena de la discoteca descubre el pastel que tiene con la rubia. Los guionistas de esta perlita no saben cómo solucionar la situación. Enrique le pone cara de perrito pachón (la que tiene durante todo el vídeo). Aparece en una cama redonda en la que sólo hay mujeres semidesnudas con los ojos vendados. Estallamos en aplausos.
Creemos que ya lo hemos visto todo, pero entonces aparece de nuevo Enrique a bordo de un yate con pañuelo y sombrero de paja incluido. Sólo un iluso podría pensar que está solo. Efectivamente, sin pestañear (él nació para cantar, no para interpretar) Enrique ha convencido a la rubia y a la morena para que se vayan con él a ver el atardecer y lo que surja.

Cinco minutos de videoclip. De fondo creemos haber oído la canción. Como si esto fuera de hacer música. Nos da igual. Enrique Iglesias es nuestro dios. Falico.